Revolviendo viejos papeles

PERSONAJES DE NUESTRA CIUDAD

Osvaldo Giapor: “Fomentista no se nace, para mí, si es de buena madera, se hace”

Lleva más de 60 años como carpintero y más de 30 como dirigente barrial. En todo lo que hace, la solidaridad es su estandarte y la pasión, su motor. Aunque reconoce que a veces lo tildan de “bocón” o “mediático”, asegura que su forma de ser deriva de sus fuertes convicciones.

Aunque nació y se crió en el barrio Las Morochas, a Osvaldo Giapor se lo conoce por la intensa lucha como referente en la sociedad de fomento de Prado Español.
En reiteradas oportunidades fue tildado, como él mismo admite, de “bocón” o “mediático”, pero asegura que su forma de ser deriva de sus fuertes convicciones y de su esfuerzo en pos de mejorar su barrio.
Pero además, Osvaldo tiene una extensa trayectoria como carpintero: arrancó como aprendiz a los 10 años y hoy, con 75, continúa trabajando incansablemente en su taller ubicado, como no podía ser de otra manera, en el corazón de “La Loba”.

Infancia en Las Morochas

Osvaldo pasó su niñez en una casa ubicada en Guido Spano y Paraguay.
Su madre era la lavandera del barrio y su padre, don Simón, era un inmigrante Sirio que trabajaba vendiendo plantas en el campo y de allá traía gallinas, huevos, lechones, y otros productos que comercializaba en la ciudad.
“Vivíamos en un hogar muy pobre -recuerda Osvaldo- donde las zapatillas me las daba la cooperadora de la Escuela N° 7, a la que yo iba. Fue una época sufrida. Por ejemplo, en casa no había enchufes, porque la plancha era a carbón, la cocina era a leña, no había heladera eléctrica, teníamos una pequeña heladerita en la que se ponían barras de hielo, para mantener los alimentos, la carne la poníamos en una jaula que se le decía fiambrera, ubicada afuera y que estaba hecha con una malla muy finita para que no tuviera contacto con moscas ni nada de eso. Pareciera que uno lo recuerda con nostalgia, pero fue un momento en el que sufrimos mucho”.
De aquellos años también recuerda que, casa de por medio a la suya, había un “clandestino”, donde se ejercía la prostitución: “Las mujeres que estaban ahí eran muy amables, muy buenas, y una de ellas salvó la vida de mi hermano cuando a él dio la fiebre tifo, porque permaneció al lado de él tres o cuatro días, cuidándolo”.
Osvaldo terminó la primaria, pero no ingresó a la secundaria porque no le gustaba el estudio.
Entonces, por orden de su madre, debió aprender un oficio, y empezó en la carpintería de Angel D’Ambrosio, que estaba a media cuadra de su casa.
“Don Angel no te enseñaba porque él tenía un concepto: el oficio entra por los ojos y uno debe aprender mirando”, cuenta Giapor.
Al tiempo pasó a otra carpintería del barrio, la de Florindo Lamelza, a quien considera un verdadero maestro, porque enseñaba “de otra manera”.
Osvaldo advierte que en aquel entonces había muchos celos entre los carpinteros y hasta se cargaban: “Me acuerdo que D’Ambrosio tenía su taller al lado del de los hermanos Fabrizzio, entonces por ahí cepillaba una madera y sacaba una viruta bien larga y finita, y me mandaba a mí con la viruta colgada en la mano para que se la llevara a Fabrizzio, y de allá me sacaban a los maderazos”, cuenta entre risas.
Unos años más tarde, ingresó en la carpintería Re y Paglieri, cuyos titulares eran dos ex empleados del Ferrocarril que pusieron una fábrica de sillas y aparadores esmaltados.
“En ese lugar -relata- conocí a alguien que terminó siendo un gran amigo mío, Juan Carlos Linares, con quien trabajamos muchos años, y de tanto ir a esa carpintería, conocí a la que luego fue mi esposa, porque ella siempre salía a barrer la vereda en el horario que yo pasaba”.
Allí aprendió técnicas más modernas y conoció la forma de hacer muebles en serie.

El camino al taller propio

La sastrería Batiato estaba por abrir su local en el centro y el trabajo de carpintería se lo hacía la firma Bindi y Gatti. Como se venían demorando, Batiato -que lo conocía a Osvaldo- le ofreció entrar en esa carpintería. Fue así como, luego de una entrevista con uno de los dueños, Mario Gatti, entró a trabajar.
Se trataba de un lugar muy distinto a los anteriores: había cinco o seis oficiales, había una persona que tallaba la madera, las máquinas eran importantes, “era una carpintería con todas las letras”, resume Giapor, y agrega una anécdota: “En esa época, para entrar a trabajar te pedían la valija de herramientas, porque cada aprendiz, medio oficial u oficial tenía que tener las suyas, y si uno no las tenía cuidadas como correspondía, lo rechazaban en los trabajos. La caja de herramientas era una carta de presentación”.
De aquella experiencia, Osvaldo recuerda que “don Mario Gatti tenía una manera de enseñar muy particular, muy dura” y ejemplifica: “Por ahí yo estaba haciendo un trabajo y él venía, se me paraba al lado y al ver lo que estaba haciendo me decía, con su acento italiano: ‘¡asesino de la madera, andá a ser panadero, no carpintero!’. Por suerte había un oficial, Vicente Perrone, que me defendía”.
Luego le tocó el servicio militar y su oficio le permitió “pasarla bastante mejor”, porque salía periódicamente y por varios días para hacer los trabajos de carpintería necesarios para mantener el cuartel.
Cuando terminó la conscripción, puso un taller con su amigo Neldo Camún y un tiempo después se fue a Buenos Aires: “En ese momento, yo estaba en el teatro vocacional Francisco Ruso, que junto con el coro que dirigía el maestro Rodolfo Alleva, ensayaba en el Salón Rojo de la Municipalidad. Ahí conocí a un señor que me tentó para ir a probar suerte a Buenos Aires y fui a trabajar al Automóvil Club Argentino como carpintero. Era un lugar enorme, con una organización sorprendente. Pero fue una experiencia difícil porque me encontraba muy solo, entonces, en el primer viaje que vine a Junín, ya no volví más”.
Más adelante abrió un pequeño taller en su casa y empezó a trabajar en el armado de los aparadores que hacía otra carpintería, lo que fue otro trabajo distinto, dentro del mismo rubro. “No era lo que yo quería -reconoce- pero era lo que en ese momento me daba plata; armaba el aparador, lo masillaba, le daba impresión, lo pintaba, lo esmaltaba. Para mi viejo, eso de pintar no servía, él decía que la herramienta mía no era un pincel ni un soplete, era un serrucho”.
En eso estaba cuando surgió la posibilidad de comprar la carpintería Bindi y Gatti, con un ex compañero que ahora se convertiría en socio, Aitor Pedro Otegui. Al no ser empresarios con experiencia o respaldo, no conseguían financiación para hacer semejante inversión, hasta que el señor Elio Bindi les salió de garantía y les dieron un crédito con el que pudieron hacerlo.
Siguieron con el emprendimiento un tiempo en el mismo lugar y luego compraron un galpón en Posadas, casi esquina Aparicio.
Luego de mucho tiempo de trabajar juntos, Otegui se abrió y Osvaldo permaneció, solo, en la que ya es su tradicional carpintería.
Es así como superó los 60 años en su oficio, algo que le resulta un motivo de satisfacción: “Han pasado muchos años. Desde que yo tenía pantalones cortos hasta ahora, que tengo 75 años, siempre estuve al lado de la madera. No digo que soy un buen carpintero, pero sí que soy muy constante en mi oficio y por eso todavía estoy. He pasado por muchas cosas lindas, la madera me dio muchas satisfacciones. Y si tendría que aprender un oficio hoy, nuevamente elegiría la carpintería. Me encanta hacer un trabajo que empieza en una tabla y termina en un mueble o en una puerta. Y estoy orgulloso de lo que aprendí, más allá de lo que hice”.

Fomentista

Otra de las actividades donde Osvaldo desarrolló una notable trayectoria fue el fomentismo.
Según dice, cuando instalaron la carpintería en Prado Español “no había nada”, porque ese lugar era “las afueras de Junín”.
“Nosotros decíamos que le íbamos a cambiar el nombre a esta calle y en lugar de Posadas, le pondríamos Poceada”, ejemplifica con humor.
Giapor ya había empezado a tener una incipiente relación con el fomentismo dado que, cuando se fue a vivir al barrio UOCRA, a poco de haberse inaugurado el complejo habitacional, Gladys Hilgert -la principal promotora de la creación de la sociedad de fomento en ese lugar- lo convocó para colaborar en la entidad barrial y así lo hizo.
En tanto, Oscar Soulet (“mi maestro en el fomentismo”, dice) también lo invitó a formar parte de la sociedad de fomento de Prado Español, y si bien en un primer momento se excusó de participar, finalmente concurrió a esa asamblea, a modo de gratitud con el gesto que habían tenido de haberlo invitado. “Fui como para hacer acto de presencia”, dice, pero como no lograban completar la lista para armar la comisión, la terminó integrando.
Es decir que participaba de las reuniones de las dos sociedades de fomento.
Pero su injerencia en Prado Español siempre fue mínima, hasta que hubo un hecho que modificó su actitud: “Un día me dijeron que no había lugar donde reunirse y yo ofrecí mi carpintería. A partir de ahí, cambió la cosa: me interioricé más, se formó un grupo de jóvenes importante, con ganas de impulsar mejoras, empezamos a gestionar el agua potable para la Escuela N° 29, más iluminación, había tantas cosas por hacer que me fui metiendo poco a poco y no me fui más. Ya llevo 34 años”.
Según dice, el fomentismo lo atrapó porque le gusta “el contacto con la gente, hacer el bien, saber que aunque parezca que no, se pueden solucionar algunos problemas, que el barrio haya crecido por el esfuerzo de la sociedad de fomento, pero no en agarrar la pala y hacer una zanja, sino por el empuje puesto en convencer al vecino de que esta entidad trabaja para todos. Y uno ve que eso dio resultado”.
Por todo esto es que se fue entusiasmando, siguió, peleó y aún continúa. “Esto ya es parte de mi vida”, desliza.
En todos estos años, una sola vez se enojó con otro miembro de la comisión, discutió, renunció y estuvo un año afuera de la sociedad de fomento. “Pero sufrí una barbaridad”, reconoce. Al año regresó.
Y así como en 34 años tuvo sólo una pelea en la comisión, hacia afuera la situación fue muy distinta: “Después me peleé con todos, desde la época de Abraham Ise, luego Rodolfo Sahaspeé y Benito Eguren, hasta Abel Miguel y Mario Meoni. Con Juan Carlos Bermúdez, otro fomentista de años, nos habían puesto un sobrenombre que no me acuerdo ahora, porque decían que éramos los revoltosos. Es que si nosotros íbamos a la iglesia, le discutíamos la misa al cura, pero todo se conseguía así, nada fue fácil. Osvaldo Giapor siempre fue el mediático, el bocón, el gritón, y así conseguí cosas. Pero yo no salía en los diarios porque a mí me gustara, sino porque tengo una convicción y la defiendo”.

Balance

Osvaldo Giapor se muestra gratificado por lo hecho. Según dice, se siente “realizado” por eso y asevera que si “volviera a nacer, haría exactamente lo mismo”, porque la carpintería le dio “muchísimas satisfacciones”.
Además, puntualiza la importancia del trabajo y el esfuerzo en el fomentismo: “Las cosas yo las hago convencido, con amor, con ganas y porque me gusta. Lo que más me satisface es la sonrisa y el saludo de mi vecino. Cuando pasan por la carpintería todos me saludan como si fueran amigos, y lo son porque hemos trabajado codo a codo”.
Finalmente, señala su gratitud por lo que la vida le dio: “Estoy conforme con la vida que hice. Algunos dicen que ser fomentista se nace, pero para mí, si es de buena madera, se hace”. 


SOCIEDAD DE FOMENTO "CRUCESITA ESTE"
70 ANIVERSARIO

Fundada en marzo 1 de 1932, por un conjunto de viejos vecinos de Crucecita Este, el propòsito inicial fue el de colaborar con las autoridades municipales a efectos de llevar las mejoras edilicias que la popular barriada exigìa.
Escasamente oncurrieron cincuenta vecinos a la asamblea de fundaciòn, pero a los tres meses ya habìa inscriptos en los registros sociales doscientos cincuenta socios. Desde entonces el nùmero de adherentes fue en aumento.
Inmediatamente de constituida la asociaciòn, comenzaron a publicar una revista mensual, "La Union", que desde su apariciòn fue un órgano de publicidad de la instituciòn.
La primera gestiòn pùblica que hizo con èxito fue la obtenciòn del afirmado en las calles al Este de la Avenida Roca, obra que contò con el apoyo manifiesto de la Municipalidad y que pemitiò transformar la fisonomìa y la higiene de un sector que abarca a màs de treinta manzanas densamente pobladas.
Los pavimentos base fundamental que creciente progreso de toda esa zona, permitieron que llegaran hasta Crucecita las lìneas de òmnibus, tambièn gestionadas por la entidad, aunque sin resultados inmediatos.
Asimismo sostiene en su sede social, cursos libres de enseñanza para la mujer, con la ùnica condiciòn de que sean vecinas de Crucecita. Allì se les imparte enseñanza de corte, confecciòn, bordados, sombreros y artes pràcticas para el hogar, lo que ha permitido que las esposa, hijas y hermanas de los asociados adquieran conocimientos ùtiles para la vida hogareña.
Sostiene la biblioteca pùblica Bartolomè MItre. Las comisiones directivas participaron con actividad en la organizaciòn de los dos congresos de instituciones de Avellaneda ante los cuales llevaron iniciativas que tuvieron sanciòn favorable en todos los casos. Entre las distintas ponencias formuladas por la Asociaciòn de Fomento Crucecita Este, se recuerda la creaciòn de mercados pùblicos en los barrios màs poblados del distrito con el fin de concentrar las ferias francas en locales cerrados y promover la formaciòn de centros comerciales a su alrededor, la eliminaciòn de los tranvìas de carga de la empresa Buenos Aires y Quilmes que circulaban por la Avenida Mitre, sus dirigentes trabajaron para materializar uno de los màs caros anhelos, la construcciòn del edificio social. Esa obra, que fue proyectada en su parte tècnica por e arquitecto Osvaldo y Giudici, y constaba de un amplio salòn con frente a la calle Ricardo Gutierre, que abarcaba dos locales de terreno de propiedad social y totalmente pagos, y en el interior se construirìa un teatro al aire libre, en el que ofrecerian fiestas a los niños y adultos.
Dentro del mismo solar, se harían otras comodidades, entre ellas un parque destinado a solaz y recreo de los vecinos, jardines, cancha de bochas y casa habitación para el conserje. La amplitud de la contrucción permitiría incorporar nuevos cursos gratuitos, entre ellos los de idiomas, dibujo y pintura, artes decorativas.
He aquí la nómina de las personas que integraban la comisión directiva encargada en esos momentos de concretar estos objetivos.
Pres. A. López García; Vice. F. Delgado; Sec.Gral. A. Longueira; Pro M. Rivas; Sec. de Actas Egone S. Tomassini; Tesorero F. Zur Werra; Pro T. M. Cabezas; Vocales: M. de Francesco, M. Pernas, J. Diaz, D. Calvi, D. Tudela, E. Chiozza, R. Novo, J.M. Novo, H. Gonzalez, F. Romero, Dr. A. Scolnik y J.B.A. Caral; Rev.Ctas.: M.Bailón, P. Escaray y J.M. Enríquez